En la Navidad de 1931, cuando la Gran Depresión
asolaba el mundo, un prestigioso diario norteamericano daba con un ejemplo que parecía
romper con las infaustas tonalidades de aquel período: "Fordlandia, una
ciudad con todas las comodidades modernas, se ha creado en medio de un páramo
que no ha visto nada más pretencioso que una choza con techo de paja. El agua,
completamente filtrada, es suministrada bajo presión y la luz eléctrica ilumina
las casas en una región donde este tipo de invenciones son una prueba de la
magia del hombre blanco". Más aún, agregó otro semanario, "Henry Ford
ha trasplantado gran parte de la civilización del siglo XX hasta el
Amazonas".
El episodio corre por la mente del historiador estadounidense Greg
Grandin, académico de la Universidad de Nueva York y experto en historia
latinoamericana. Con Fordlandia.
The rise and fall of Henry Ford's forgotten jungle city, construye un
libro cuya ágil narrativa, que envuelve de cabo a rabo, transporta a los lindes
de la ilusión y la leyenda. Narra la historia de uno de los experimentos más
excéntricos del creador de los populares modelos de auto Ford T y A: la adquisición
de 13 mil km2 de selva brasileña con el fin de instalar una plantación de
caucho, el oro blanco que se requería para fabricar neumáticos.
Esto, al menos en la epidermis. Grandin nos sumerge en una serie de
acontecimientos en cuyo trasfondo resuena una melodía bastante más compleja y
patética que la de una plantación de árboles. Y es que desde sus inicios en
1928, este asentamiento se pretendió como la encarnación de un ideal de
progreso y civilización americanos en el Amazonas. En palabras del autor,
Fordlandia emergió del desalentador diagnóstico "de que algo iba mal en
EEUU".
El caso no deja de ser sintomático. Henry Ford, que al finalizar los
años 20 sufría ante un presente que se antojaba cada vez más confuso, se volcó
en busca de la ciudad ideal en qué ser humano, naturaleza y máquinas pudieran
convivir de forma armónica. Lo curioso es que fuese precisamente Ford, el
principal impulsor de los tiempos modernos con la línea de ensamblaje que tanto
acomplejó a Chaplin, el que sufriese esta suerte de depresión posparto. El
magnate se había radicalizado en un puritanismo taciturno, en un antisemitismo
militante y en una xenofobia creciente.
Bajo la óptica de Ford, "el Amazonas ofrecía un nuevo comienzo en
un lugar que imaginaba libre de la corrupción de sindicatos, políticos, judíos,
abogados, militares y los banqueros de Nueva York, la oportunidad de unir no
sólo la fábrica y el campo, sino también la industria y la comunidad en una
unión que daría, además de una mayor eficiencia, la realización plena del ser
humano".
La caída Ford
ofrecía la variable moderna y americana, con máquina e industria, de la
antiquísima utopía del nuevo mundo, uno feliz y perfecto. De ahí que la
historia que narra Grandin sea bastante más que el mero cuento anecdótico y frugal
de una plantación de caucho. Mucho más revelador es el experimento social,
"la pastoral americana" imbuida de puritanismo que intentó sembrarse
en la selva.
Desde luego, varias imágenes metafóricas acompañan a Fordlandia. La más
obvia; la película Fitzcarraldo, de
Werner Herzog, sobre un hombre que intentó llevar la ópera a la verde bóveda de
la jungla. También, del mismo director, viene a la memoria Aguirre, la ira de Dios y la
búsqueda de El Dorado por parte de los conquistadores españoles, nuevamente, en
algún rincón del Amazonas. Pero sobre todo, Fordlandia rememora al Fausto de Goethe que logró el
sueño de la modernidad: construir un vasto imperio robándole terrenos al mar.
Sin embargo, en todas estas imágenes rebosantes de orgullo, al final resuenan
los acordes de la ruina. Es el paso de la utopía a la distopía, hacia la dura
realidad que nos asalta y, como suele suceder, acaba por sorprender más que
cualquier ficción. De modo similar, Fordlandia acabó en el ignominioso fracaso.
Desde sus apocalípticos inicios -en que la quema de miles de árboles convirtió
el lugar en un páramo de humo, cenizas y lodo-, hasta el abandono definitivo
del soñado pueblito americano en 1945, todo fue a contrapelo. Un cóctel de
enfermedades, violencia, rebeliones y plagas por doquier, acabaron por doblegar
el ideal de redención del fordismo.
¿Cómo entender este peculiar ensayo de civilización y progreso? Para
Grandin, bien podría ser una parábola del obstinado orgullo humano. O leerse
como otro capítulo de la lucha del hombre por conquistar la naturaleza. Ambas
imágenes le quedan cortas. Lo de Ford suponía una apuesta más ambiciosa:
"El hombre que en los inicios de la década de 1910 ayudó a liberar el
poder del industrialismo para revolucionar las relaciones humanas, pasó la
mayor parte del resto de su vida tratando de devolver el genio a la botella, de
contener la disrupción en la que él mismo se dejó perder, sólo para ser
continua e inevitablemente frustrado. Fordlandia representa en forma cristalina
el utopismo que propició el fordismo -y por extensión el americanismo. Es, de
hecho, una parábola de la arrogancia. La arrogancia, sin embargo, no es que
Henry Ford pensó que podría dominar el Amazonas, sino que creyó que las fuerzas
del capitalismo, una vez liberado, podrían ser contenidas".
***El concepto utopía se refiere a la representación de un mundo idealizado que se
presenta como alternativo al mundo realmente existente.
Referencia.
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